Una historia
Entra el
sol por la ventana sin cristales y las pieles se abaten con el frío viento de
la amanecida. Desde el torreón se avista el bosque y el río pero la niebla
cubre las cumbres de las montañas próximas dejando el paisaje alineado a la
vista en la superficie del suelo… y poco más, pronto se elevará hacia el cielo
y el sol lucirá esplendoroso al mediodía, momentos que propicia para un paso
solitario antes del almuerzo.
Se
apresta para bajar a las cocinas y comprobar que todo está en movimiento para
abastecer a tanta gente. Y después desde el salón principal disponer y ordenar
faenas que todo lo mantengan a punto y a sus gentes ocupadas.
Se siente
sola muchas veces. El feudo no es muy importante pero lo es suficientemente
para que resulte duro y pesado atender todas las obligaciones. Las luchas
fronterizas mantienen alejados a los hombres, y recae sobre sus hombros la
administración de las tierras. Con todo procura que el peso no la aplaste y da
hasta donde puede, acudiendo a los requerimientos de los soldados y campesinos.
No siempre encuentra respuestas, pero siempre dice algo… su sentimiento, que
parece servir, aún sin soluciones, para aplacar el ánimo y subir la estima, y
así día a día solo se reserva para sí misma… sus minutos del mediodía.
El sol
calienta y los pájaros cantan. El rumor del río se filtra entre sonidos y las
hierbas altas rozan sus vestidos en el camino. Poco a poco todo se hace más
íntimo, más oculto a los ojos exteriores, buscando ese recodo que solo a su
ánimo pertenezca. Siente cierta apatía… siempre está para otros pero no siempre
hay quién esté para ella. Se deja llevar por sus pensamientos sin controlar los
pasos y termina en un pequeño claro entre bosques donde vive la anciana
solitaria que conoce desde niña. Apartada vive de sus hierbas y sus flores… y
de pequeñas donaciones de aldeanos que se acercan a pedirle sus remedios. La vieja,
la llaman unos… la bruja, la llaman otros.
Para ella
cuando niña era la intocable, un ser lleno de misterio al que temía, aunque
siempre le habló con dulzura. Nunca se arrimó mucho por allí; pero ahora allí
estaba, y veía las cosas de otro modo, y entendía a la anciana de otro modo. No
sentía miedo sino curiosidad.
Continuó
su paseo tratando de alcanzar el río al otro lado del meandro, cuando una voz
la saludó
-Buenos
días niña… te esperaba
-Buenos
días anciana, cómo podrías esperarme si ni yo sabía que vendría.
-Tú no,
niña… pero yo sí
La
anciana la miraba atentamente
-Ya eres
una mujer… pero estás sola.
-¿Cómo
sabes eso madrecita?
-Yo lo sé
todo de ti niña desde el día que te hicieron.
La niña
guardó silencio, pues no quería discutir eso ni entrar en detalles con la
anciana, era en cierta manera estremecedor el intuir que eso era cierto.
Pero por
alguna causa dijo:
-Sí,
estoy sola madrecita… y a veces duele.
-Es tu
signo ser fuerte niña, tú puedes.
-Lo sé
madre, pero eso no es un consuelo.
-Es tu
destino el estar para muchos, niña
-¿Para
muchos?… No comprendo lo que decís.
-Sí niña,
para muchos… decidme
Veo
un varón ¿Quién es…?
-Mi padre
por supuesto. También podría ser mi hermano.
-No, no
son… este que yo digo está enamorado de vos…
-No lo
conozco anciana.
-Decidme
niña ¿Quién es…?
-Mi
esposo sin duda
-No, ese
no. Vuestro esposo no se llama… y dijo un nombre
-No, es
cierto, pero yo siempre le he llamado de esa forma
-Comienza
a preguntarte por qué lo has hecho niña. Por qué has llamado a tu esposo con un
nombre que no le corresponde. El portador de ese nombre por derecho, está en tu
vida, es tu destino, y será la mayor felicidad que hayas conocido hasta ahora.
-Eso es
imposible tratándose de mí, anciana. Yo nunca propiciaré algo así.
-Será.
Está escrito. Pero para que venga a ti deberá ocurrir antes una muerte.
-¿Una
muerte madrecita…de quién?
Agitando
la cabeza como apartando humo la anciana contestó:
-Una
muerte.
Continuó
preguntando por otros nombres; ¿Quién es…?…y la niña respondía para escuchar;
no, ese, no.
¿Quién
es…? No, ese no ¿Quién es…? No, ese no…Y así nombres y nombres de desconocidos
que se grababan en su mente cada vez que replicaba a la anciana indicando a
quién conocía con ese nombre para seguir escuchando; no, ese no.
Llegó un
momento en que aturdida y enfadada, inquieta por tanto desconcierto respondió
airada a la anciana:
-¡Ya está
bien! Si tantos nombres desconocidos han de estar en mi vida…¡Decidme! …¡Cómo
son!
-Nombres
niña… solo nombres.
La mujer
siguió hablando a la joven y diciéndole cosas que se fijaron en su memoria e
inquietaron su espíritu.
-Adiós
madrecita, tengo que irme.
-Que Dios
te acompañe niña. Vuelve a verme. Todo ha de ocurrir de aquí a siete u ocho
años… como mucho.
Regresando
del paseo ya no era el entorno el que ocupaba su mente… había tantas preguntas,
tanta inquietud, tanto, desconocido ¿qué iría ha ocurrir dentro de siete años…
en el tiempo?…una muerte….
Cuando
traspasó la puerta del solar del patio y se vio inmersa en la rutina diaria
olvidó su encuentro en el bosque, y retomó su vida.
Deseaba
la presencia de su esposo, siempre tan alejado en defensa de sus fueros… le amaba
tanto. Era el más aguerrido de los caballeros, alto y fuerte, tierno y
considerado para ella, un bello y musculado héroe protector. Cuando él
regresaba, no necesitaba los pies sobre la tierra, se podía permitir deslizarse
en el aire a pocos centímetros del suelo y volar de esquina a esquina como una
mariposa, así de liviana y etérea como si le hubieran brotado alas se sentía,
ya no existía peso que la asentara.
Se sabía
afortunada, segura y cobijada. Cuando miraba su cara y el amor que contenía
¡Cuánto le quería! Se entregaba ruborosa al cobijo de sus brazos y pegada a su
costal dormía tan complacida del amor que le entregaba, en sus brazos amparada,
en el sitio que debía ¡Era feliz, día a día!
Pasaban
los años y las luchas continuaban, las idas y venidas se sucedían y los nombres
se habían dispersado en el recuerdo. A veces afloraba… la época más feliz de tu
vida, una muerte.
No podía,
ni quería pensar en ello, pero los años pasaban; siete u ocho años… una muerte.
Agitaba su cabeza y descolocaba su mente ¿pero quién? No, Dios, no lo
permitas… Más según pasaba el tiempo se asentaban los temores ¡Señor no lo
permitas!
…Y
aconteció que una tarde, le trajeron mal herido al hombre que ella quería… y
sintió que se moría. Él era toda su vida, bello, joven, valiente…aquello no era
justicia ¡No debía ser! ¡No podía ser!…¡Una muerte!
Se
encerró en la capilla de su mente y rezaba sin parar, mientras curaba las
heridas ¡No lo permitas Dios mío!…¡No permitas que se muera! y nombrándole al
oído para darle su consuelo, no podía evitar recordar al poseedor del mismo que
debía aproximarse a su vida en la más feliz de las etapas… una muerte ¿pero
quién?
Mientras
refrescaba la frente del herido no podía impedir que se disparara su
pensamiento en millar de conjeturas.
Y entre
razón y razón pactaba su corazón con Dios y le decía:
Amo a mi
esposo, soy mujer fiel, no ha de haber otra manera de que otro hombre me
avistara que no fuera la de ser viuda ¡Señor Dios que no suceda! Jamás sería
feliz si el amor se fomentara en la muerte que hallara el amor que ya poseo. Yo
no conozco otro rostro que este rostro que yo amo, ningún otro que yo amara
¡Dios mío no lo permitas!… Y si alguien ha de morir que sea yo. Y que sea en
otra vida venidera ese amor que aquí estuviera esperando para mí…
Pero hoy,
que sea así.
V.Nas